UN RENCOR ANTIGUO
de Carles Cano
Los estudios de farmacia le habían enseñado
el poder del acónito, de la belladona y del arsénico. En el pueblo, una aldea
de mala muerte, nadie llegó a sospechar de ella, tan mona, tan educada y
modosita, ¡y con carrera!
Primero envenenó a Sócrates, el gato.
Después, al pastor alemán de los vecinos y, con la dosis justa en el depósito
del agua, se cepilló a los cincuenta habitantes de la aldea. Pensó en emigrar,
en huir lejos, pero se le había acabado el odio, y estaba segura de que en el
infierno, donde se encontraría con toda aquella gentuza a la que había
despachado, podría seguir con sus mixturas y preparados.
Desde la terraza la puesta de sol era
espléndida, encendió un cigarrillo y se tomó su tacita de café con cicuta
mientras oía llegar las sirenas de la policía.
CARLES CANO. Nos dice de sí
mismo:
Me encantan las Caperucitas (ya voy por la séptima) y las
morcillas (estas no las cuento). Quizá por sintonía cromática me deberían gustar
los chorizos, pero no, lo mío son esas negras delicias de cebolla y piñones.
También me gusta escribir, claro, y contar, y buscar “rovellons”, y los
retablos góticos, y los gatos okupas, y, y, y...se me acaban los renglones.
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