LA BALLENA
de Juan Alfonso Belmontes
Me
esquiva, dobla la esquina y la pierdo. La ballena se desliza por los
callejones, se mece sobre nuestras cabezas. Asoma su morro rugoso por la
alcantarilla abierta, y se vuelve a perder por las tripas de la ciudad. De las
profundidades de un charco del descampado bufa un enorme chorro de felicidad.
-
¡Por allí resopla! -dicen en
la panadería.
Al
atardecer, veo su cola hundirse entre los edificios del extrarradio, que se van
llenando de luces, de gente que vuelve a casa, que se besa, que bosteza, que se
rasca. La ballena, lánguida, abre la bocaza y se traga un banco de suspiros,
pequeños como gambitas.
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